Sin título (Corona)
Material vegetal
45 x 148 cm de diámetro
1989
Finales de los 80 en Colombia. El sonido de la bombas se hizo familiar, reconocible. En época de navidad el ruido de la pólvora perdió su carácter festivo. La incertidumbre y el temor lo acompañaban. Durante esos años, cuando oíamos un estruendo, inmediatamente prendíamos el radio para saber donde había sido la explosión y luego angustiosamente realizábamos una serie de llamadas para saber si la familia y las personas cercanas estaban bien. Luego el noticiero y al día siguiente los periódicos. Una y otra vez. Una y otra vez el espeluznante recorrido por el terror, por la incertidumbre. Esto hechos impregnaban el ambiente. Se sentía zozobra, desesperanza. Éramos muy concientes del sufrimiento si no directamente del nuestro del de los demás.
Recuerdo que un biólogo amigo, me invitó a que lo acompañara a la Sierra Nevada de Santa Marta. Tenía que hacer un trabajo botánico y me pareció una magnífica oportunidad para conocer ese otro mundo que tenía que estar muy lejano del que estábamos viviendo. No se exactamente por qué, pero en el bus que nos llevaba a Santa Marta se me vino a la cabeza la imagen de una gran corona de espinas que de algún modo resumiera un dolor común. Tal vez interiormente tenía la certeza de que esas imágenes religiosas son depositarias de un padecimiento compartido. Sentimientos queaunque silenciosos y personales son expresados directamente ante un altar. Por ello la corona tenía que ser grande, descomunal. Debía expresar resistencia, un reducto al cual se acude cuando uno no conoce el final del desastre. Pero también era consciente de que esta imagen tendría que tener una cierta diferencia con la iconografía cristiana de la corona de espinas, y la manera como los espinos se entrelazan. La otra fuente de la obra, que se hizo presente inmediatamente fue lo que llaman en el campo una chipa de alambre de púas. Metros y metros de alambre de púas que son enrollados industrialmente. La principal diferencia formal con el referente cristiano, es que está hecha de manera sistemática, ordenada. Esto me pareció apropiado, ya que se volvía un gesto menos personal que respondía de manera insistente y sin desesperación a las circunstancias. Al decidir realizar una corona de espinas de gran escala y cuya materialización respondía a estos dos referentes simultáneamente, incorpore un aspecto que me pareció trascendental y era la inclusión de la noción de tiempo y cómo a través de él se alude a un espacio de meditación. La gestualidad de la pieza no era una respuesta de la mano sino que el cuerpo y la mente estaban presentes.
Una vez llegué a Bogotá empecé a buscar arbustos espinosos que pudieran ser utilizados para materializar esa imagen. Luego de varias salidas de campo, encontré en Apulo, Cundinamarca, un arbusto que le dicen Choco y cuyas espinas son bastante largas y distribuidas en pares. Realicé una formaleta en madera y cartón para garantizar su forma geométrica y empecé a unir una rama con otra con el convencimiento de que la pieza debería ser realizada en una sola línea. Una línea continua que hablara del tiempo, que expresara una continuidad y enfatizara el manejo de las ramas con espinas. Desde las pruebas, sentí que el lidiar con un material así le añadía un aspecto a la pieza que debería potenciar su significado. Una corona comprimida de espinas, tensa y crispada donde no hay ni un solo lado seguro. Al poco tiempo me percaté de que la pieza se paraba en las espinas y su centro, más denso, “flotaba”. Así tardé varios meses uniendo ramas del arbusto. Para unir una rama con otra y garantizar su continuidad utilicé tripa de cerdo que es normalmente usada para hacer embutidos. Compré varios metros en la Plaza de Paloquemao y aprendí a hacer unos nudos ciegos que permanecieran seguros. Así la corona fue creciendo hasta conformar su dimensión final. Para su terminación aproveché una bifurcación de una rama y uní sus dos extremos creando un retorno. Como una línea infinita que recorre toda la pieza.
La obra fue mostrada por primera vez en el Salón Nacional de 1990 donde obtuvo mención de honor.